A finales del siglo pasado tuve la suerte de instalar mi atelier de pintura en el paraíso terrenal de la costa brasileña entre Rio de Janeiro y Sao Paulo.
La cosa había iniciado colaborando con el maestro Ceramista Dalcir Ramiro primero en Italia y luego en Brasil en su casa-atelier de Paraty .
Fue un encuentro muy provechoso entre nosotros, pues el atesoraba experiencias preciosas de la tradición cerámica indígena caiçara de Brasil mientras que yo tenía habilidades en la cerámica robbiana ejercitada en Florencia con el maestro Arnaldo Miniati. Trabajamos bastante juntos en varias piezas y en otras individuales, quemándolas en su horno Noborigama en la cercana foresta de SERRA DA BOCAINA.
Al poco tiempo de vivir en este maravilloso lugar me puse a dibujar y a pintar, pues la ciudad colonial de Paraty es toda una fuente de inspiración para las artes y la vida.
Hasta que un día descubrí la cabaña/refugio de la amiga y Doctora Berenice Freire Rameck a unos 40 kilómetro de Paraty, completamente perdida y al margen de la pequeña comunidad de pescadores de PONTA NEGRA.
Sin luz y con las tanquetas de gas llevadas por barco o por espalda caminando horas trepando y bajando montañas, y con el agua de un manantial a unos 200 metros de la cabaña, de vez en cuando asomándose alguna araña, o escorpión, o sapo, cascabel, coral o monos, tucanes, perros bravos, gatos, zorros, jaguares y todo un zoológico deambulando sobre todo de noche.
Allí en esta cabaña me puse a pintar como pintor privilegiado, que pasa todo el tiempo pensando a la pintura y a todos los problemas y desafíos internos a la superficie pictórica y a la naturaleza plástica y poética dentro y alrededor de la tela y nada más.
Algo como Paul Gauguin o Armando Reverón en su “CASTILLETE” o el Dr. Atl Gerardo Murillo
Y en los días pintando, algún pescador de vez en cuando venía a visitarme, trayéndome algún pescado fresco, yuca y plátanos… éramos el “otro” los dos: el mirándome raro, extraño, insólito, forastero, en silencio y yo percibiéndolo como presencia arcaica, remota, ancestral de mar y tierra y futbol en la playa ladeada y soleada.
Una fiesta de la felicidad en la total soledad, fuera de la contaminación, de las ciudades, del mercado, de las ideologías, de las miserias y de la envidia, de Procusto y del Arte Contemporáneo y de sus elucubraciones absurdas, estúpidas e inconsistentes.
Desde la montaña caían dos riachuelos paralelos y fluían hacia la playa y la mar: uno era usado por los pescadores para uso doméstico y el otro para bañarse…y con el sol tropical y vertical, bañarse alternando la poza de agua dulce en la playa y las olas saladas del mar era una delicia insólita, única, primitiva y salvaje.
También era de emoción completa y de alta intensidad abrir camino con el machete en la selva primaria con árboles gigantes tapando totalmente la luz del día y en donde el humus era alto como las personas……siendo parte del zoológico faunístico, temblando sin miedo y con endorfinas, serotoninas y bilirrubinas al 100.
Mi atelier en Ponta Negra, Serra da Bocaina, Paraty, Brasil, quedará siempre como centro del baricentro del camino de la pintura como debe de ser: humana, demasiado humana: una pintura para espíritus libres.
Una belleza para un pintor, que las andanzas de la vida llevaron a otras homologaciones y decepciones.
——-Pero, como cantaba GUCCINI,
nos gusta pensar que todavía estás detrás del motor.
mientras haces correr la máquina de vapor
y que algún día nos llegue de nuevo la noticia
de una locomotora, como un ser vivo,
lanzada como una bomba contra la injusticia.
MI ATELIER EN PONTA NEGRA, SERRA DA BOCAINA, PARATY, BRASIL