Hace algunos meses pinté este retrato del Che en Bolivia, en los últimos momentos de su vida, después de haber terminado el otro retrato: “El CHE en la Quebrada del Churo”
Ambos representan momentos difíciles, previos al fin y a la resurrección del Che
Decía el poeta Leonel Rugama:…..”en todas partes – florecen las higueras – del río bajan montones de guerrilleros – en Higueras del Río dicen que lo mataron – “Che” comandante – nosotros somos el camino – y vos el caminante”
Breve meditación sobre un retrato de Che Guevara
José Saramago
No importa que retrato. Uno cualquiera: serio, sonriendo, arma en mano, con Fidel
o sin Fidel, diciendo un discurso en las Naciones Unidas, o muerto, con el torso
desnudo y ojos entreabiertos, como si del otro lado de la vida todavía quisiera
acompañar el rastro del mundo que tuvo que dejar, como si no se resignase a
ignorar para siempre los caminos de las infinitas criaturas que estaban por nacer.
Sobre cada una de estas imágenes se podría reflexionar profusamente, de un modo
lírico o de un modo dramático, con la objetividad prosaica del historiador o
simplemente coma quien se dispone a hablar del amigo que descubre haber perdido
porque no lo llegó a conocer…
Al Portugal infeliz y amordazado de Salazar y de Caetano llegó un día el retrato
clandestino de Ernesto Che Guevara, el más célebre de todos, aquel hecho con
manchas fuertes de negro y rojo, que se convirtió en la imagen universal de los
sueños revolucionarios del mundo, promesa de victorias a tal punto fértiles que
nunca habrían de degenerar en rutinas ni en escepticismos, antes darían lugar a
otros muchos triunfos, el del bien sobre el mal, el de lo justo sobre lo inicuo, el de la
libertad sobre la Necesidad. Enmarcado o fijo a la pared por medios precarios, ese
retrato estuvo presente en debates políticos apasionados en la tierra portuguesa,
exaltó argumentos, atenuó desánimos, arrulló esperanzas. Fue visto como un Cristo
que hubiese descendido de la cruz para descrucificar a la humanidad, como un ser
dotado de poderes absolutos que fuera capaz de extraer de una piedra con que se
mataría toda la sed, y de transformar esa misma agua en el vino con que se bebería
el esplendor de la vida. Y todo esto era cierto porque el retrato de Che Guevara fue,
a los ojos de millones de personas, el retrato de la dignidad suprema del ser
humano.
Pero fue también usado como adorno incongruente en muchas casas de la pequeña
y de la media burguesía intelectual portuguesa, para cuyos integrantes las
ideologías políticas de afirmación socialista no pasaban de un mero capricho
coyuntural, forma supuestamente arriesgada de ocupar ocios mentales, frivolidad
mundana que no pudo resistir al primer choque de la realidad, cuando los hechos
vinieron a exigir el cumplimiento de las palabras. Entonces, el retrato del Che
Guevara, testimonio, primero, de tantos inflamados anuncios de compromiso y de
acción futura, juez, ahora, del miedo encubierto, de la renuncia cobarde o de la
traición abierta, fue retirado de las paredes, escondido, en a mejor hipótesis, en el
fondo de un armario, o radicalmente destruido, como se quisiera hacer con algo que
sido motivo de vergüenza.
Una de las lecciones políticas más instructivas, en los tiempos de hoy, sería saber lo
que piensan de sí mismos esos millares y millares de hombres y mujeres que en
todo el mundo tuvieron algún día el retrato de Che Guevara a la cabecera de la
cama, o enfrente de la mesa de trabajo, o en la sala donde recibían a los amigos, y
que ahora sonríen por haber creído o fingido creer. Algunos dirían que la vida
cambió, que Che Guevara, al perder su guerra, nos hizo perder la nuestra, y por
tanto era inútil echarse a llorar, como un niño a quien se le ha derramado la leche.
Otros confesarían que se dejaron envolver por una moda del tiempo, la misma que
hizo crecer barbas y alargar las melenas, como si la revolución fuera una cuestión
de peluqueros. Los más honestos reconocerían que el corazón les duele, que sienten
en el movimiento perpetuo de un remordimiento, como si su verdadera vida hubiese
suspendido el curso y ahora les preguntase, obsesivamente, adonde piensan ir sin
ideales ni esperanza, sin una idea de futuro que de algún sentido al presente.
Che Guevara, si tal se puede decir, ya existía antes de haber nacido, Che Guevara,
si tal se puede afirmar, continúa existiendo después de haber muerto. Porque Che
Guevara es sólo el otro nombre de lo que hay de más justo y digno en el espíritu
humano. Lo que tantas veces vive adormecido dentro de nosotros. Lo que debemos
despertar para conocer y conocemos, para agregar el paso humilde de cada uno al
camino de todos.