Recibo este texto del Padre Miguel d’Escoto Brockmann. Es una reflexión y una propuesta muy profunda e importante, sobre asuntos absolutamente prioritarios para la sobrevivencia de nuestra especie y también de toda la vida en nuestra Madre Tierra.
Sólo unidos, todas y todos, en la inclaudicable lucha noviolenta en defensa de los derechos de la Madre Tierra, la paz y la vida, sobreviviremos
Teólogos de todas las religiones del mundo, científicos sociales, biólogos, ecólogos, mujeres, transmisores de valores ancestrales de nuestros pueblos originarios y de nuestras culturas afro-descendientes; más indignados contra la cultura dominante de codicia e individualismo vuelven por la vida y por la preservación de nuestra especie humana, convencidos de que sólo unidos en un auténtico ecumenismo espiritual, ético, multi–religioso –cultural –étnico e interdisciplinario, de hombres y mujeres, sobreviviremos.
Decir que el mundo está pasando una etapa realmente trágica y que, además, es una situación que en cualquier momento podría volverse catastrófica, ya que pudiera resultar hasta en la extinción de la propia especie humana, resulta hoy ser un lugar común. Pero el hecho de que esto ya se haya repetido tantas veces, no significa que se haya tomado muy en serio por los principales responsables de hacer algo al respecto. Ya son muchas y diversas las instituciones religiosas en el mundo que se han vuelto disfuncionales y que, por eso mismo, obligan a sus más fieles seguidores a asumir la responsabilidad de orientación espiritual de sus congregaciones. Estos son los profetas laicos de los que ya hay muchos en todas las religiones.
Hoy ya nadie se atreve a cuestionar la naturaleza antropogénica de las diferentes crisis convergentes que son las causas de la grave situación en nuestro mundo, humanidad y Madre Tierra. Es decir, existe un consenso muy generalizado de que el culpable de esta situación es el ser humano, nuestro comportamiento, nuestro concepto de desarrollo y negación, en la práctica, de lo limitado de los recursos naturales que requerimos para mantener el estilo de vida insostenible, impuesto por la cultura dominante, las demandas cada vez mayores, debido a un incremento poblacional irracional, si tomamos en cuenta las costumbres alimentarias y el tamaño de nuestro pequeñísimo planeta.
El problema tiene aspectos científicos, tecnológicos y económicos pero, por sobre todas las cosas, es un problema ético y moral. Nuestras costumbres, nuestras formas de interrelacionarnos y de relacionarnos con la Madre Tierra es lo que nos ha llevado a todo esto. Lo cual significa que es algo que debería preocupar fundamentalmente a los líderes religiosos del mundo o, mejor dicho, a los líderes espirituales del mundo, ya que los dos conceptos no siempre son coextensivos. Existen personas muy espirituales que no son del todo religiosas y, por otro lado, personas muy religiosas que de espiritual no tienen nada pues lo que los incentiva no es el amor o el deseo de servir, sino, más bien, el egoísmo, el poder, es decir, el materialismo a ultranza que el capitalismo inculca en sus discípulos.
La grave situación que el mundo atraviesa hoy en día es la peor en nuestra historia, aunque han habido varias muy grandes antes de ésta. Posiblemente, la peor de ellas fue la que produjo los grandes estragos en la clase obrera, hace ya más de 150 años, es decir, la revolución industrial. Fue realmente atroz y voces proféticas se hicieron oír en varias partes del mundo.
Henry David Thoreau, con su libro Walden, se convierte en el padre de lo que posteriormente se llegó a llamar ecología –aunque probablemente, él nunca oyó mencionar esa palabra. Se convirtió al mismo tiempo en el escritor estadounidense más leído en el mundo al hacernos un fuerte llamado a que nos liberáramos de la esclavitudes de la sociedad industrial, tratáramos con mucha mayor responsabilidad los recursos de la naturaleza, conscientes de que son limitados y que viviéramos en armonía con la Madre Tierra.
León Tolstoi se pone el sombrero de reportero y se traslada por una larga temporada a vivir en la miseria urbana de los barrios más pobres de Moscú. El resultado fue uno de sus libros más importantes y que conmovió profundamente a toda Europa. Por título tomó unas palabras del evangelio de Lucas III: 10 ¿Qué debemos hacer? (What then shall we do?)
Como la revolución industrial se origina en lo que en ese tiempo se conocía como la cristiandad y ahora se le prefiere llamar civilización occidental, era lógico esperar que Roma fuera la primera en registrar su protesta. Pero nuestra querida madre iglesia pecadora (y soñolienta), desde mucho tiempo atrás, había permitido que se extinguiera el fuego que Jesús dijo que trajo a este mundo con la esperanza de que ardiera. Cuando Marx, que era cristiano creyente, se convirtió en la conciencia de la humanidad con su “Capital”, nuestro santo Padre, Pio Nono, el del más largo pontificado en la historia de la iglesia, que más de un siglo después se llegaría a convertir en paradigma de Juan Pablo II, todo lo de la “cuestión social” no le importó en lo más mínimo, pues lo que consumía su alma era que lo declararan infalible. Posiblemente como forma de compensar la pérdida de los estados pontificios, asunto en el que no obtuvo la solidaridad de nadie pues la verdad era que ya toda Europa estaba harta de él. El secuestro de Edgardo Mortara fue, sin duda, lo que más contribuyó a tanta pérdida de prestigio para el papado e, indirectamente, para toda la iglesia en general.
En este contexto el mundo entero, incluyendo muchísimos prelados, fueron vigorosamente sorprendidos por la publicación de Rerum Novarum por León XIII, el 15 de mayo de 1891. Parecía que la iglesia estaba como queriendo despertar a la realidad de un mundo en el que estaba llamada a ejercer una función de sal y levadura. Veamos un poco lo que nos dice León XIII en Rerum Novarum:
“Es urgente proveer de la manera oportuna al bien de las gentes de condición humilde, pues es mayoría la que se debate indecorosamente en una situación miserable y calamitosa, ya que, disueltos en el pasado siglo los antiguos gremios de artesanos, sin ningún apoyo que viniera a llenar su vacío, desentendiéndose las instituciones públicas y las leyes de la religión de nuestros antepasados, el tiempo fue insensiblemente entregando a los obreros, aislados e indefensos, a la inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de los competidores. Hizo aumentar el mal la voraz usura, que, reiteradamente condenada por la autoridad de la Iglesia, es practicada, no obstante, por hombres codiciosos y avaros bajo una apariencia distinta. Añádase a esto que no sólo la contratación del trabajo, sino también las relaciones comerciales de toda índole, se hallan sometidas al poder de unos pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios.
“Confiadamente y con pleno derecho nuestro, atacamos la cuestión, por cuanto se trata de un problema cuya solución aceptable sería verdaderamente nula si no se buscara bajo los auspicios de la religión y de la Iglesia. Y, estando principalmente en nuestras manos la defensa de la religión y la administración de aquellas cosas que están bajo la potestad de la Iglesia, Nos estimaríamos que, PERMANECIENDO EN SILENCIO, FALTÁBAMOS A NUESTRO DEBER. Sin duda que esta grave cuestión pide también la contribución y el esfuerzo de los demás; queremos decir de los gobernantes, de los señores y ricos, y, finalmente, de los mismos por quienes se lucha, de los proletarios; pero afirmamos, sin temor a equivocarnos, que serán inútiles y vanos los intentos de los hombres si se da de lado a la Iglesia.”
Como reconociendo que tratándose de un problema esencialmente ético y moral, a la iglesia le correspondía tomar cartas en el asunto y referirse a él con toda claridad y autoridad. León XIII, casi al final de su encíclica nos dice: “Como dijimos al principio, puesto que la religión es la única que puede curar radicalmente el mal.”
Lo que por un momento pareció ser un despertar de la conciencia social de nuestra iglesia no fue tal. Muchísimos obispos alrededor del mundo se negaron a traducir y difundir la encíclica Rerum Novarum de León XIII en su diócesis y su traducción y difusión era prohibida.
En Chile, por ejemplo, Rafael Agustín Gumucio, padre de quien fuera diputado nacional en el tiempo de Eduardo Frei Montalva, se atrevió a arriesgarse a una seria censura eclesiástica traduciéndolo y difundiéndolo en Chile a penas cinco años antes de que saliera la encíclica Quadragesimo Anno del Papa Pio XI conmemorando los 40 años de la publicación de Rerum Novarum en Roma. Se decía que León XIII era comunistoide, especialmente por haber admitido que los obreros tenían todo el derecho de crear organizaciones para defender sus derechos laborales. Todo eso pudo ocurrir en un país tan avanzado como era Chile, por lo menos desde la época de Luis Emilio Recabarren, dirigente ferroviario de Antofagasta, que fundó el Partido Comunista de Chile siete años antes del triunfo de la Revolución Bolchevique. En el resto de los países de nuestra América la oposición a la encíclica Rerum Novarum fue aun mucho mayor.
El propio León XIII estuvo a punto de condenar el sindicalismo en su encíclica, de no haber sido por la providencial y oportunísima intervención del Cardenal James Gibbons de Baltimore, quien estaba muy compenetrado de todo lo relacionado con el emergente sindicalismo en los Estados Unidos, dado que su primera manifestación fue The Knights of Labor (Los Caballeros del Trabajo) integrado casi en su totalidad por inmigrantes irlandeses. Condenar el derecho de crear sindicatos hubiera resultado en la decapitación de la Iglesia católica en Estados Unidos y Gibbons -que de tímido no tenia nada- así se lo hizo saber a León XIII.
La Teología Dogmática hacía mucho tiempo que se había convertido en ejercicios intelectuales sobre irrelevancias, por lo menos en cuanto a cómo vivir el evangelio en los diferentes períodos y realidades por las que la historia iba atravesando. Esto obligó a Tolstoi a escribir su famosa Crítica a la Teología Dogmática (1881-1882) que posiblemente, más que ningún otro de sus libros, haya sido el pretexto para que el Metropolitano Antonio, el 24 de febrero del año 1901, en la Catedral de Nuestra Señora en San Petersburgo, con gran pompa y circunstancia, procedió a excomulgar a Lev Nikolayevich Tolstoy de la Iglesia Ortodoxa, dictamen que posteriormente fue clavado en la puerta principal de todas las iglesias en Rusia.
Ciertamente hubo grandes teólogos en los años subsiguientes, por ejemplo Bernhard Häring, Edward Schillebeeckx, Karl Rahner, Romano Guardini, Karl Adam, Michael Schmaus, y muchos otros. Pero la iglesia en cuanto tal, desde sus más altos voceros, parecía estar destinada a una total y absoluta irrelevancia en cuanto a ayudar a los seres humanos a liberarse de los demonios que cada vez amenazaban más con destruirla, por haber ignorado la ley suprema del amor sin excepciones ni exclusiones por la razón que fuere.
Pudiéramos decir que después de la revolución industrial en la que Marx se proyecta (y sigue proyectándose) como la más clara consciencia de la humanidad, el período más tenebroso en la historia humana fue el de la Solución Final de Hitler contra los judíos. Sobre este tema nunca he leído algo tan profundamente lacerante como el testimonio de Albert Camus presentado en el Monasterio de los Dominicos de Latour-Maubourg en 1948.
No obstante, el momento actual, el de las diferentes crisis convergentes que están causando una rapidísima desaparición de las especies, y amenazando incluso a la propia especie humana, no nos presenta un mejor panorama. La falta de liderazgo espiritual, ético y moral en el mundo es algo realmente escalofriante. Las voces proféticas, ahogadas en, y por, la iglesia desde hace ya siglos, se están necesitando desesperadamente. Nada más que de ahora en adelante ya no podrán ser de una u otra iglesia o de alguno u otro científico, indigenista o culturalista. Se está necesitando un gran y aturdidor coro profético.
El ecumenismo del momento actual, si es que ha de tener la efectividad requerida para ayudarnos a sobrevivir, tendrá que ser un ecumenismo construido en forma incluyente, sin exclusiones de ninguna clase, donde las voces de todos los que luchan por la paz y por la vida puedan ser oídas sin distingos ni jerarquías de ninguna clase. En este nuevo e indispensable ecumenismo, es la verdad y no los dogmas (como el de la infalibilidad) la que tendrá que respetarse, la humildad y no la arrogancia la que tendrá que imponerse.
Pero veamos rápidamente qué es lo que algunos de los más destacados científicos contemporáneos tienen que decirnos sobre el momento crítico en que se encuentra nuestro mundo. No cabe duda de que entre todos ellos, el científico británico James Lovelock es, quien mediante su teoría Gaia, ha influido más que ningún otro científico en la forma en que nosotros y nuestros contemporáneos entendemos la Tierra, y nos entendemos a nosotros mismos como parte integral e inseparable de la Madre Tierra, la que puede vivir sin nosotros, pero nosotros no podemos vivir sin ella.
Sobre Lovelock, The Ecologist dice lo siguiente: “Lovelock forma parte del grupo de personas más importantes de la tradición científica occidental en los últimos cien años.”
Escuchemos algo que Lovelock nos dice en “La Venganza de la Tierra”, (Editorial Planeta, 2009).
“Los fundadores de las grandes religiones del judaísmo, cristianismo, islamismo, hinduismo y budismo vivieron en tiempos que éramos muchos menos y teníamos formas de vida que no suponían una carga para la Tierra. Aquellos hombres santos no podían imaginar el estado del planeta mil años después y, por tanto, como no podía ser de otra manera, se centraron en los asuntos humanos. Hacían falta reglas y consejos para que los individuos, las familias y las tribus se portasen bien. La familia humana estaba creciendo en el mundo natural de Gaia y, como niños, dimos nuestro hogar por supuesto y nunca cuestionamos su existencia. El éxito de esos antecedentes religiosos se mide por su persistencia a lo largo de los siglos y siglos de expansión de la población. Yo también crecí en un ambiente cristiano y creo que el cristianismo todavía guía de forma inconsciente mi forma de pensar y mi conducta. Ahora debemos enfrentarnos a las consecuencias de haber contaminado nuestro hogar planetario, y en el futuro nos esperan peligros mucho más difíciles de comprender o sobrellevar que los conflictos tribales y personales del pasado. Nuestras religiones todavía no nos ofrecen reglas ni consejos para nuestra relación con Gaia. El concepto humanista de desarrollo sostenible y el concepto cristiano de administradores de la Tierra están viciados por una hubris (falsas pretensiones) inconsciente. Carecemos tanto de los conocimientos como de la capacidad para ello. No estamos mejor cualificados para ser administradores o promotores de la Tierra de lo que las cabras lo están para ser jardineros.
“Quizá los cristianos necesitamos un nuevo Sermón de la Montaña que siente las bases para vivir en armonía con la Tierra y explique las reglas para conseguirlo. Deseo vivamente que las religiones y los humanistas seculares puedan recuperar el concepto de Gaia y reconozcan que los derechos y necesidades humanas no son lo único que importa; los que tengan fe deberán asumir que la Tierra forma parte de la creación divina y enfadarse contra quienes la profanan. Hay señales de que los líderes eclesiásticos avanzan hacia una teología de la creación que podría incluir a Gaia. Rupert Shortt, en su libro, God’s Advocates (2005), reprodujo una entrevista con el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams:
“Periodista: La siguiente pregunta es que los milagros parecen desvanecerse conforme avanza la ciencia. No hay pruebas de la existencia de milagros y se los considera intrínsecamente poco plausibles.
“Arzobispo: Es un tema muy importante, pues afecta a la cuestión de la acción divina. De nuevo, creo que debe estudiarse desde la perspectiva de una doctrina global de Dios más que empezar examinando específicamente cualquier ejemplo concreto.
“Permítame explicarlo de la siguiente manera. Para un creyente, la relación de Dios con la creación no es ni la vieja imagen de alguien que da cuerda al reloj y luego lo abandona, ni la de un director de teatro ni, lo que sería peor, la de un titiritero que constantemente interviene en lo que está pasando.
“Es la relación de una actividad externa que constantemente proporciona energía, convierte en real y activo lo que existe. Y a veces siento que buena parte de nuestra teología ha perdido esa extraordinaria y excitante sensación de que el mundo está penetrado por la energía divina en términos teológicos clásicos.
“Al leer estas reflexivas e impresionantes respuestas me sentí transportado de vuelta a la década de 1970, cuando Richard Dawkins y otros científicos se opusieron violentamente al concepto de Gaia utilizando argumentos similares a los que hoy utilizan como ateos para oponerse a los conceptos de Dios y de creación… Es hora, creo, de que los teólogos compartan con los científicos esa maravillosa palabra que es “inefable”, un término que expresa la creencia de que Dios es inmanente pero incognoscible.
“Conceptos importantes como Dios o Gaia no son comprensibles en el limitado espacio de nuestras mentes conscientes, pero sí tienen sentido en esa parte de nosotros en la que reside la intuición. Nuestros pensamientos inconscientes profundos no se construyen de forma racional, sino que emergen plenamente formados, igual que nuestra conciencia y la innata capacidad de distinguir el bien y el mal, etc., etc.”
El otro científico de relevancia mundial que quisiera mencionar y citar algunas de sus palabras es Edward O. Wilson. Se le reconoce como quizás el más importante biólogo de nuestra generación y lleva medio siglo de profesor en la Universidad de Harvard. Su libro The Future of Life (El Futuro de la Vida) y, más recientemente, The Creation, traducido al castellano como La Creación por Katz Editores, Buenos Aires, 2006, son libros que yo, por lo menos, considero esenciales para todos los comprometidos militantemente con el futuro de la Madre Tierra y la sobrevivencia de la especie humana.
Wilson considera que la ciencia y la religión son las fuerzas más poderosas en el mundo de hoy. Y por ello dice: “Me sorprende que tantos líderes religiosos –que representan a la gran mayoría de la humanidad en la esfera espiritual no hayan incluido decididamente la protección de la Creación como parte sustancial de su magisterio.”
Wilson, en lo personal, nació en el seno de una familia bautista, fundamentalista del sur de los Estados Unidos. Fue bautizado y cuando niño tuvo la formación cristiana que correspondía a los de su religión. Ya de adulto se declara un humanista laico y confiesa: “Creo que la existencia es lo que hacemos de ella en cuanto individuos; que no hay garantía alguna de la vida después de la muerte y que el cielo y el infierno lo construimos nosotros, en este planeta.” Pero, no obstante, se nos pregunta y pregunta a nosotros: “¿Acaso estas discrepancias en nuestras cosmovisiones nos separan en todo? No lo creo.” El libro entero es una apasionante invitación para que todos los amantes de la vida, de la paz y de la Madre Tierra se unan para trabajar como un solo bloque heterogéneo, en un gran ecumenismo espiritual, ético e incluyente y él, Wilson, más que nadie, es, sin duda alguna, quien me inspiró a hacer la propuesta que hoy les estoy presentando de un Manifiesto del siglo XXI, por la Paz y por la Vida.
Dicho Manifiesto, que ya está en proceso de redacción, deberá insistir en la necesidad de la reinvención de la ONU para impedir a EE.UU. o cualquier otro país pueda utilizarla para “legitimar” sus agresiones y genocidios contra países más débiles, para hacerse de sus recursos naturales y ampliar el área bajo su control. Deberá, por lo tanto, ser radicalmente antimperialista y anticapitalista declarando a estas doctrinas y prácticas como cosas que hay que proceder, con toda rapidez, a erradicar por su naturaleza inhumana y genocida.
18-11-11
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