“El verdadero discípulo es el que supera al maestro”, decía Aristóteles. Y Leonardo Da Vinci decía “Mediocre alumno el que no sobrepasa a su maestro”. Así es pues, que estudiando toda la vida uno a veces se atreve a soñar con superar su maestro real o ideal. A mí me pasó muchas veces, como en el caso de “La Venus nicaragüense”…..que estuve preparando por 26 años, y fue una experiencia de las más intensas de mi vida.
Un día de 1996 me apareció la “Venus de Urbino” en versión tropical: una muchacha pura pinolera, con un cuerpo de maravilla, bastante alta y no tan flaca, pelo negrísimo y ojos provocantes…como, o más, que los ojos de la Venus de Tiziano.
Yo estaba trabajando en el restaurante italiano “Mágica Roma” cerca de Tíscapa, aquí en Managua, pintando algunos murales móviles sobre las tradiciones de Italia y una tarde, de repente, aparece esta espléndida Afrodita, totalmente desconocida, y de inmediato se me ocurrió de lanzarme, esta vez de verdad, a desafiar mi Maestro Tiziano Vecellio, pintando una Venus tropical en la misma posición de la famosísima “Venus de Urbino” …..una idea a la que estaba pensando ya desde muchos años.
Y esta es la historia de “La Venus nicaragüense”, que fue publicada en El Nuevo Amanecer Cultural del sábado 23 de Agosto de 2003.
A finales de los años ’60 nos encontrábamos estudiando en la Academia de Bellas Artes de Florencia, en el medio de la lucha estudiantil, con ganas de cambiar todo y de experimentar todo.
No solamente queríamos participar en los eventos históricos, sino también crear la historia, con entusiasmos, certezas, orgullos, compañerismos, entregas y mucha honestidad (o quizás, ingenuidad) moral y humana…..eran los años de las luchas estudiantiles y de las utopías.
Estábamos en la Escuela de Primo Conti, el último sobreviviente de los Futuristas italianos, un vanguardista momificado que vivía de sus glorias pasadas.
Nuestra suerte fue encontrar en su Asistente, el Profesor Goffredo Trovarelli, nuestro verdadero Maestro.
El Maestro que nos encaminó definitivamente hacia la Pintura.
Y no solamente hacia el Oficio de la Pintura, sino hacia la Pintura de Color, hacia los Colores de Luz.
Estos advenimientos ocurrían en los mismísimos momentos en que por todos lados se llevaba a cumplimiento el asesinado planificado y el “desaparecimiento” oficial de la Pintura como forma de comunicación y expresión humana.
Después de 20.000 años de historia gloriosa en todas las civilizaciones de la humanidad, en la década de los ’60 se llevó a cabo esta intolerancia concentrada y generalizada en contra de la Pintura y del Oficio del Pintor:…. “para muchos artistas en los años setenta, representar una manzana sobre una mesa volvió a ser un hecho tan audaz como lo fue en los años diez introducir el orinal de Marcel Duchamp en una exposición de Arte”….(Jean Clair “Critica della modernitá” Ed. Allemandi – Italia)
Con el Maestro Goffredo Trovarelli re-descubrimos Gentile da Fabriano, Bellini, Giorgione, Tiziano y todos los Maestros del Color, hasta Cézanne, Braque, Gayoni etc.
Tiziano Vecellio fue para nosotros en estos tiempos, y todavía hoy lo es, el Maestro máximo: el que logró lo más alto en el colorismo, en lo que llamamos “COLORES HECHOS DE LUZ”.
Fuimos a los Museos de los Uffizi y de Pitti en Florencia a copiar (y estudiar) directamente estos pintores, con nuestras telas y nuestros pinceles: frente a frente con las obras originales (después de 40 años que ningún estudiante de la Academia de Bellas Artes estuviera copiando los grandes Maestros en estos Museos).
Yo tuve la suerte de pelear diariamente y por muchos meses con dos obras de Rembrandt y de Tiziano, y al fin entendí algo más….un poquito más de Pintura.
Y más entendíamos de aquellos Maestros, menos “rompíamos con el pasado” (a como estaba de moda decir).
Es más: ya no aguantábamos los discursos de “rompimientos” diz-que-vanguardistas, pues en los años ’60 no había nada más que romper, porque el Arte del pasado era sencillamente desconocida por la mayoría de los “artistas” y estudiantes de Arte.
En el Museo de los Uffizi me encontraba, cada dia, con la “Venus de Urbino” de Tiziano: estaba en la sala contigua a la de mis peleas.
Me hubiera encantado hacer una copia de esta obra, pero el Maestro Trovarelli me desaconsejaba esta aventura, pues hubiera ido directamente al fracaso.
Y tenía razón. Esta es una de las diez obras imprescindibles de Tiziano, y en este entonces había que saber COMO enfrentarse a estos desafíos para lograr entender algo.
Pasaron los años y trabajando duro naturalmente logré mejorar algo en mis herramientas y conocimientos de la Pintura.
Pero esta “Venus de Urbino” me perseguía. No como mujer, sino como pintura en sí.
Esta pintura hecha de nada. Estas variaciones mínimas de tono y de color que recorren la piel de la Venus, no reflejando la luz, sino suavemente proyectándola desde adentro hacia fuera. Iluminando el espectador de toda la sensualidad posible.
Estos contornos inexistentes, en donde el cuerpo se pierde en el blanco de la sábana, sin poder descubrir la línea exacta de la separación.
Los cabellos que realmente son manchas, brochazos de color, y que parecen dibujados cabello por cabello, uno por uno.
Esta masa vaporosa que enfatiza la sensualidad lánguida de la figura, hasta llegar al resorte provocante de la mirada. También hecha con nada, con poco color que apenas cubre la trama de la tela.
Los grandes coloristas, nos decía el Maestro Trovarelli, pintan con pocos colores.
Plinio el Viejo, en su “Naturalis Historia” nos explica que una de las maravillas de la antigüedad fue la grande pintura griega, y que el supremo Apelle (IV siglo a.d.C.) pintaba prácticamente mezclando solamente 4 colores: tierra roja, ocre, blanco y negro.
Creando con esto todos los contrastes posibles: frio/cálido; luz/sombra/; claro/oscuro etc.; y logrando por lo tanto la Pintura de Color.
Como estaba contando, en Managua, en el 1996, yo estaba viviendo una de mis raras situaciones de tranquilidad real y espiritual.
Y una tarde me aparece la “Venus de Urbino” en la Magica Roma, cerca de Tíscapa. Un restaurante en donde estaba pintando algunos murales móviles sobre las tradiciones de Italia (que por cierto desaparecieron, parece en un banco de Managua).
Entonces aparece esta “Venus de Urbino” en versión tropical: una muchacha pura pinolera, y se me ocurrió de lanzarme a desafiar mi Maestro Tiziano Vecellio, con una Venus tropical.
Le propuse a esta muchacha de posar como modelo para la obra, y ella aceptó, pero con la condición de la presencia constante de su novio en las sesiones de trabajo en mi taller.
Trabajé en una tela que tiene como medidas exactamente el entre medio de la “Venus de Urbino” de Tiziano y la “Venus de Dresda” de Giorgione: cm. 111 x 166.
La locura fue total, porque añadí un problema más con respecto a la Venus de Tiziano: la luz máxima en el fondo del Mar Caribe. Prácticamente un desnudo luminoso en contraluz. Este fue un problemón que me enredó la vida hasta la conclusión de la obra.
Decidí reducir bastante los extremos de claro-oscuro para jugar más con la luz y sombra intrínseca de los colores. Y esto también me creó problemones infinitos.
Pero, lo bonito de la pintura es crearnos problemones, buscando luego de resolverlos, o no?
Trabajé 6 meses, todos los días, incluso los sábados y domingos, desde la mañanita hasta la noche.
Y al final tuve que decidir que no hay nada que hacer.
Hay que aceptar la dura realidad: Tiziano Vecellio es mucho, pero mucho mejor que el subscrito.
Pero,….un poquito me acerqué a mi grande Maestro conterráneo….. y ademas lo traje de visita al Trópico y, quizás le hubiera gustado a el mismo vivir y pintar por estos lados. Pues su Pintura nació en Venecia, que es la ciudad del agua, de la luz y del color. Y Nicaragua también es una tierra de agua, de luz, de color y de calor en todos los sentidos.
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